Gustave y Emma, Joey y Rachel
¿Recordais a Sam?, ¿el hombre que escribe por venganza? Aquí lo tenemos de regreso, tan confundido
con el canon literario como siempre.
001
—Rodolfo no va a venir.
Se explica Sam a si mismo en el vacío absoluto que ocupa la distancia desde la historia a la realidad, un lugar donde a veces hace una breve parada cuando deja de leer. Siempre es breve, a Ninguna Parte no le gusta serlo, rápidamente se licua, toma el aspecto de su dormitorio y él se encuentra leyendo en la cama, como Ella, que a su lado, con las gafas en la punta de la nariz, lee a Marsé en un volumen de sobrecubiertas palidecidas por el sol.
—¿Quién no va a venir, cariño?
Pregunta Ella, todavía más pendiente de lo que lee qué de lo que él dice. Sam sopesa contestar con un gruñido y volver a la lectura, pero lo sabe ya imposible. Ha vuelto a sucederle, la sombra de una angustia parece esperarle un poco más abajo de su garganta. Así que contesta.
—Rodolfo, el amante de Emma. Han quedado a la madrugada para huir juntos, no se sabe bien donde, un sitio donde ella está convencida que podrán amarse hasta el fin de sus días.
Ella le mira por encima de las gafas durante un segundo antes de dejar caer su libro sobre el regazo y preguntarle
—¿Él no va a huir con ella?
—No.
—¿Y por qué no se lo dice y Santas Pascuas?
Quizás porque entonces no existiría la Novela Romántica, con mayúsculas, al menos está, que puede que su tema sea la perdida del control de los deseos.
—Esa es la pregunta. Quizás él no ha olvidado en ningún momento que su affaire es un juego galante o sí que lo había hecho, pero lo acaba recordar y justo en este momento decide ponerle fin. Rodolfo se ha descubierto como el cazador cazado, ha creído perseguir y atrapar a Enma, pero este no fue fin del juego, sino que a partir de ese momento Enma hizo que el lance amoroso diera una vuelta más, y otra, y otra y le ha arrastrado con ella más allá de donde esperaba.
—Pues bien por la chica, ¿no?
—No sé. O sí: mal por los dos. Juegan con sus sentimientos y con los del otro, empujados por una extraña mezcla de insatisfacción y egoísmo. Me dan un poco de pena y a la vez no los soporto. La cosa es que no es la primera vez que intento leer este libro, que llego a este punto y… no puedo continuar. No quiero imaginarme, mejor dicho no quiero leer como vivirá Enma el desengaño, el abandono de Rodolfo.
Ella parece examinar su exposición por un segundo para acabar con una pregunta, que como es habitual a Sam le parece que solo roza el tema de conversación.
—¿Pudiste acabar Mujercitas?
—Sí que pude y también leí Hombrecitos.
—¿Existe Hombrecitos?
—Ya lo creo.
Ella no parece muy convencida, pero decide dar por buena su respuesta y pregunta:
—¿Entonces qué vas a hacer?, ¿cerraras aquí el libro y lo olvidarás?
—Esta noche al menos sí. Dejaré que Enma huya con Rodolfo. Le daré esa oportunidad al amor, a uno que me parece bastante enfermizo. Buenas noches.
002
—¿Has leído Madamme Bovary?
—¿Todavía continúa con su encuesta?
—Más o menos, en realidad es difícil de hacer, paras a la gente y le preguntas sobre este o aquel libro y te suelen mirar como un chalado.
—La gente está muy presionada, En realidad todos, todos los que te paran por la calle, a la corta o a la larga, lo que quieren es sacarte dinero. Tendría que hacer sus preguntas en un lugar más adecuado, en un club de lectura, a las puertas de las librerías o las bibliotecas.
Sam asiente vigorosamente, aunque en realidad no está de acuerdo, él cree que hacerlo así falsearía el resultado. Sostiene que si andas buscando el recuerdo, la idea, que ha dejado impresa en una sociedad, de una cualquiera, este o aquel libro, en la puerta de la biblioteca solo tomaras datos sobre el segmento de población de gente que lee y este se está reduciendo continuamente. Sam se ha planteado que para que el estudio fuera veraz debería buscar un grupo, una bolsa de... cualquieras, una conjunto representativo de Don Nadies. Reflexionar sobre esto solo lo ha hecho a ratos tontos; de todas maneras piensa que su estudio es un asco, hace tiempo que olvidó que intentaba descubrir o averiguar con él.
—De Flaubert he leído Salambo, Recuerdo leerla siendo casi niña. Yo leía cualquier cosa que encontraba por casa. Es una novela de túnicas, lo que yo llamo para mí una novela de túnicas.
—¿Cuales son estas?
—Las de estilo a ¿Quo vadis? o Sinué el egipcio. Escenarios orientales, época bíblica, romanos conquistando el mundo. ¿Has leído alguna así?
—La verdad es que sí. Senador de Roma, Mika Waltari, lo encontré de lo más entretenido. Novelas de túnicas, no paran de salir.
—Y yo no paro de leerlas, tengo este vicio. Salambo me gustó más de lo que esperaba, creo que porque sobre todo no recuerdo que saliesen cristianos por ahí. Estaba cansada de los cristianos, esa cosa de apariciones, arrepentimientos y martirio hunden cualquier buena trama. En Salambo los dioses paganos, unos más paganos todavía que los de los romanos, aún tenían algo que decir. Me gusta el final, que el narrador te recuerde que si a ella se le gira la suerte es por haber visto el velo de Eulusis, haber roto el tabú. Acabé con la sensación de que era un libro algo más que entretenido, casi espeso, pero no te dabas cuenta que lo era hasta la última línea.
—Pero Madamme Bovary no la has leído.
—No creo. ¿Es en Madamme Bovary que ella al final se tira al tren?
—No, toma arsénico.
—¡Qué dramático! Pues no, no la he leído ¿Café con leche descafeinado, como siempre?
—Sí, por favor.
003
—La que se tira al tren es Anna Karenina. El suicidio parece ser el destino habitual de las heroínas románticas, todas esas chicas malas que se atreven a soñar con otra cosa. El adulterio debía ser una especie de deporte de riesgo en aquellos tiempos, una moda clandestina o no tanto. Al menos es la impresión que te da leyendo a Gustave y otros tantos de su época. Tíos que escribían sobre lo que les faltaba a esas mujeres ¿Y qué era en su opinión? Un tío, claro. Además hasta puede que fuese verdad, era lo que les habían enseñado que debían querer. Ahora parece que les enseñan otra cosa. Yo me pregunto: ¿y si no les intentaran enseñar nada?, ¿qué personas serían?
Piero calla, pone su cara de revelación, la pone de cuando en cuando, a veces por conseguir deshacer el nudo gordiano de alguna de las verdades de la vida -lo que era oscuro reluce un segundo y después desaparece dejando un rastro azucarado tras de ello- o cuando consigue tirarse un pedo, o las dos cosas a la vez. Cualquiera de estas causas, en la experiencia de Sam, puede ser la que provoque el estado de éxtasis de Piero, que, como siempre, su fin le enfada y decide hacérselo pagar a Sam.
—Usted se hace trampas al solitario. ¡tanta encuesta, tanta encuesta! En realidad lo que espera que le conteste la gente es que no saben de que está hablando. Le diré todavía más: intenta demostrar que la literatura no es algo importante, que para nada deja tanta huella, como algunos pretenden.
—¿Hago eso?
Pregunta Sam, aunque ha de aceptar que es muy posible que sea cierto, no lleva bien lo suyo con las letras.
—Ya lo creo, y todavía más, le diré por que lo hace: ¡por despecho! Usted se siente rechazado por, no se si llamarlo la industria, la cofradía o lo que sea y se ha embarcado en esta… ¡cruzada!, para demostrar que en realidad ese fracaso, porque usted lo ve como un fracaso, no importa, porque la palabra escrita ya no importa.
Piero parece examinar si el horizonte se ve alterado por la afirmación, como no lo parece se encoge de hombros y se vuelve a dedicar a mí.
—¿No tienes algo de pasta por ahí? Hoy me gustaría comer bien. Sí, sentarme en algún sitio cálido y dejar pasar el rato entre plato y plato. De eso deberías escribir, de mirar hacia la puerta y pensar que al final la calle siempre estará allí esperándote.
Sam se muestra de acuerdo. En general Piero siempre tiene razón, la suya claro, pero alguna al menos.
004
Julio y Sam desembalan con precaución un cuadro de gran tamaño y que los dos consideran horrible. La precaución sobre todo es por la integridad de sus dedos, de manos y pies, la obra ha cruzado el atlántico en un contenedor y está embalada en una caja de madera fabricada ex-profeso que debe pesar cien o doscientos kilos. Llevan toda la mañana luchando con un clavo u otro, para encontrarse siempre con que no era el adecuado para conseguir liberar el lienzo de su corsé.
—¿Que libro estás despellejando ahora? —pregunta Julio, en un ataque de compañerismo.
—¿Despellejar?, ¿Te parece que es lo que hago?
—Sí, sin duda. Le sacas la piel a un texto y la curtes, tensada sobre un ¿atril?
Lo que dice Julio no tiene mucho sentido, pero estás conversaciones —conversaciones de altura, les dicen en forma de broma privada— suelen extraviarse en frases donde es más importante la musicalidad que su significado.
—Hago un seguimiento a Madamme Bovary.
—¿Acudes a la cabecera de la cama de su hospital dónde te interesas por el gráfico de la temperatura basal de la señorita.
—Señora, la señora Bovary.
—Ella siempre será señorita, algo en formación, inconcluso, un deseo.
—¿Dices que las señoritas solo son un estado, que siempre acaban siendo señoras?
—Suena súper machista. ¿Y si ponemos la palanca ahí?
Los dos hombre gruñen, un clavo chirría contra la madera y todo de una la tapa del embalaje salta y el suelo de la galería se llena de virutas de madera rosadas. Julio se agacha, coge un puñado y se lo lleva a la nariz.
—¡Cedro! Casi me gusta más el embalaje que el contenido. Me pregunto si….
Julio parece estar sufriendo una iluminación. La gente con la que Sam se junta sufren iluminaciones continuamente, por lo que se ve.
—Si, Julio, ¿qué?
—Nada tuve un idea, pero ya la llevo adelante Christo, o no, igualmente todo el mundo pensaría que ya lo había hecho antes y quedaríamos como malos imitadores ¡por muy bien que lo hiciéramos! Recojamos esto y metámoslo en el contenedor del biológico.
Mientras lo hacen Julio parece recordar el tema de conversación original y se pone a hablar.
—¡Es una obra crucial!
—¿Christo?
—No, Madamme Bovary, hasta ese momento las cosas se hacían, se escribían de una manera y después de ella se hicieron de otra. Describir los dos diferentes sistemas estos me sería imposible, pero me quedó claro que era así después de leer el prologo que escribió Vargas Llosa para la edición que tengo en casa. En realidad está muy bien escrita.
—¿La introducción?
—También, si su intención era dejar claro cuales son las reglas que determinan el gusto o el disgusto de don Mario por sus lecturas, aunque de esas reglas tampoco me acuerdo. No eran las mías, en realidad nunca he perdido diez minutos en planteárme cuales puedan ser. ¿Qué decía? La novela. No es para nada pesada y eso que el autor de entrada tiene que hablar de sentimientos y después tiene que dar muchas vueltas para no hablar de cosas que pasan pero que no puede describir. ¡Hay algún momento que parece que tú y el narrador estéis mirando por una rendija!, la que dejan las cortinas o una persiana, vamos que él te lleva hasta allí y luego calla, deja que tú te montes el plano. Es casi todo el rato así, los personajes solo esperan que pase algo y cuando pasa no parecen tener suficiente y tú allí observando por el agujero de la cerradura.
Julio se interrumpe, ha llegado la hora de extraer el cuadro y colgarlo en la pared. Los dos hombres solo gruñen por lo bajo durante unos instantes, luego se alejan tres pasos de la obra y la contemplan durante un minuto en silencio. Al final Julio se encoge de hombros antes de sentenciar:
—Es decepcionante.
Aunque Sam se queda con la sensación de que estranguló en el último segundo alguna expresión más fuerte.
005
—Había un caso parecido al tuyo en un episodio de Friends.
—¿La tele-comedia?
—Esa misma. Joey ¿Recuerdas al personaje?, era el aspirante a actor guaperas y corto de entendederas.
—Sí, lo recuerdo.
—Hay un momento en que la gente habla o pasa algo o no sé qué…. no lo recuerdo exactamente, lo cierto es que queda establecido que Joey y Rachel, la novia de América, en realidad solo han leído un libro en su vida.
—¿No les hicieron leer ninguno en el insti?
—¿Te dices escritor y no sabes reconocer una mentira de continuidad? Supongo que alguno les hicieron leer, El mecanoscript del segon origen americano o algún otro, pero estos no cuentan. Digamos que ambos han leído pocos libros, los mínimos, es una cosa que va con su personaje, ¿no?
—Sí, creo recordar que era así.
—Pues de esos pocos solo han conservado uno, ese que vigilan que no se pierda durante la mudanza porque no tienen intención de desprenderse de él, nunca. ¿Damos por bueno el supuesto?
—Lo damos, ¿He de preguntar que libros eran estos?
—Ya te lo diré yo, Rachel guarda entre sus tesoros un ejemplar de Mujercitas,
—He leído Mujercitas, siendo lo que es, es bastante bueno. No sé como salió en una conversación con mi mujer el otro día.
—Para ella es un tesoro, así lo llama: tesoro. Joey ha leído El resplandor y asegura que tras leerlo nunca tuvo más la intención de volver a leer un libro, porque no creía existiese alguno pudiera comparársele. Los dos defienden con ardor la valía de cada novela y al fin del primer acto deciden prestarse, uno al otro los libros, con lo cual Joey leerá Mujercitas y Rachel El Resplandor.
“Todo esto no es la trama principal, solo una subtrama que da destellos aquí y allá y llega a su desenlace al final del episodio, después de este, sobre los títulos de crédito, puestos a hilar fino, es como un bonus del episodio. ¿Te lo describo? Rachel en el sofá, El Resplandor entre sus manos, los ojos muy abiertos, llaman a la puerta, ella salta sobresaltada, tarda un segundo en recomponerse, se levanta, deja sobre la mesita el libro como si quemara y se acerca a la puerta y la abre, Es Joey quien está al otro lado, un Joey totalmente roto, lloroso, la imagen de la congoja. Entre sus manos Mujercitas, parece pesarle demasiado y simultáneamente ser demasiado frágil para poder abandonarlo. Rachel pregunta: ¿Qué te pasa Joey? Él con voz entrecortada responde: Mary está muy enferma, está muy mal… ¡no creo que lo supere! Rachel le toma del brazo ¡Oh Joey! ¡Oh Joey! Ven, ven; meteremos el libro en el congelador y todo quedará detenido para siempre.
“Puede que debieras hacer lo mismo, sería un rito por el cual liberas a la señorita, perdón: señora, del destino que prepara para ella el envidioso Gustave.
—¿Envidioso?
—Sí, yo creo qué Gustave a la menor oportunidad se hubiese liado la manta a la cabeza y se habría fugado con un vizconde.
—No. O sí, o vete a saber.
—Me gustaba Friends, menos hacía al final, claro, todas las series bajan y por eso mueren. ¿Te corto más el flequillo, o así está bien?
006
Sam vuelve a estar en la cama, Ella no está, viaja, y la cama se le hace grande. Hasta ha puesto un manta extra a los pies, últimamente siempre tiene los píes fríos. ¿Eso será señal de algo? Tiene el libro en la mano, observa escondido detrás de las ventanas entornadas de casas provincianas como un coche de caballos de alquiler recorre la ciudad con Enma y su amante haciendo el amor en su interior. Solo es un interludio amoroso, la tragedia se masca en el ambiente, a ella le esperan dolores mucho más profundos que los que desató el abandono de Rodolfo. Está muy bien escrito, todas las palabras son necesarias, todos los silencios precisos, todo es perfecto, quizás demasiado, duele, por eso cierra el libro y se entretiene en el vacío que separa la ficción y la realidad. Piensa en Emma, piensa en Alonso Quijano, una perdió la cabeza por las novelas románticas, el otro por los libros de caballerías, Los dos desearon ser quienes no eran, su sueño era vivir aventuras. Se creían destinados a ellas.
Mientras se duerme, se le ocurre que ese sentimiento, el estar destinado a algo más, lo ha tenido en algún momento todo el mundo, que casi nadie lo consigue. Que quizás eso sea lo mejor.
009
—¿Qué hace este libro en el congelador?
Se pregunta Ella en voz alta al regreso del viaje sin esperar en realidad respuesta.
Comentarios
Publicar un comentario