Sabiduría popular
Sabiduría popular es un recorte más que un fragmento de Tiempos Nuevos una novela corta del autor, ambientada en un paisaje distópico y un tiempo próximo.
Degradación del retrato de Baudeelaire por Étienne_Carjat, aprox. 1862 |
El viejo en cuanto entra en su vivienda casi sin pensar enchufa el recreativo, esperando que las voces o la música espanten la oscuridad de los rincones.
–¿Qué es lo que nos diferencia de nuestros padres, de nuestros abuelos, de todos nuestros ancestros? Ahora tenemos tiempo. El tiempo es una bendición y una condena; Tenemos más de él para rectificar, pero también para ser perseguidos por nuestros errores.
Pontifica el busto parlante de la pantalla —que al viejo le recuerda a Spencer Tracy, interpretando a un cura irlandés que ha dejado de beber—, que continúa sus filosofismos desde el canal gratuito de la televisión pública. El viejo no le presta mucha atención, al fin y al cabo, siempre habla de lo mismo: del Proyecto Redención, hace falta mucha pedagogía —algunos dirían propaganda— para mantener en marcha algo que a grosso modo puede durar trescientos años. Eso es mucho tiempo, medido con la regla que quieras, para qué, al menos a un nivel teórico, Redención sea siempre la prioridad suprema de todo el mundo. Quizás es por eso que este predicador u otros como él abundan en cualquier canal informativo o de asueto. Imbéciles.
Estos mensajes no consiguen calar en él; lo que es el tiempo él lo vive de una manera diferente, no como un bien abundante que ha de ser administrado con cabeza, sino como lo que queda en el fondo inalcanzable de un pote estrecho, algo pretendidamente dulce, aunque no podría asegurarlo, porque casi no recuerda su sabor.
Acaba su almuerzo de tofu y semillas germinadas y recoge la mesa. Una ojeada a la central meteorológica le confirma lo que ya nota en los huesos: que este será un día malo de cojones. Casi sin pensar revisa los cierres del traje de exterior, es un modelo sencillo, de los suministrados por la seguridad social, sin ninguno de los gadgets que encarecen tanto las unidades de marca. Es un uniforme de pobre, una certificación de fracaso. Los jóvenes detestan estos modelos. No solo los jóvenes, todos creen merecer un traje algo mejor, unas viandas más sabrosas, una bolsa bien grande de cat… Y allá van todos a buscarlo, dándose codazos los unos a los otros, como siempre ha sido, seguros de que algo les está esperando un poco más lejos o quizás la próxima temporada, de aquí a unos años, un par de siglos, solo tienen que perseverar en tu deseo y al final llegará, todo el mundo tiene su momento y además ahora todo el mundo tiene tiempo, ¿no? Todo el mundo menos él, quizás por eso y porque recuerda es más comedido en sus esperanzas. Cuando vuelve a prestar atención al busto de la tele, este le está sugiriendo que abandone el planeta.
–... hay otros sitios, otros lugares, ¿qué ha hecho el hombre sino explorar, ir más lejos?
Al viejo se le ocurren unas cuantas cosas más, todas estúpidas, pero ya no discute nunca con la televisión y sus fáciles simplificaciones, sabe que, igual que él la observa, ella puede observarle a él. No quiere entrar en ningún listado, en ningún archivo, ya ha tenido bastante de eso. Además, su gesto revela que reconoce que tampoco le quedan muchas ideas alternativas, ni ganas de expresarlas. Es incapaz de resumir su pensamiento en un eslogan, como parece tan fácil para el resto, quizás sus contemporáneos vivan en pinrcipio trescientos años, pero continúan siendo incapaces de prestarte atención durante trescientas palabras, mucho menos si se defienden presunciones contrarias a las que ya se poseen, prejuicios que se les han ido adhiriendo al pensamiento como garrapatas.
¿Cómo garrapatas? Recuerda el sonido de una risa y el viejo mira los rincones y los pocos muebles y recuerda cuando no estaba solo y tenía esperanza.
¿Esperanza en qué? Era una pregunta difícil... Nunca fue un hombre de grandes ilusiones, sí que fue un crédulo y al poco todo lo contrario: un descreído. En un principio la vida le aseguró, con la cara afable de sus maestros, que todo tenía sentido, que él estaba en el lado correcto y luego resultó que eso no era así, que ni siquiera habían lados y nunca encontró a nadie a quién culpar de esto. Quien pudiera andar por allí de lo que dijo se desdijo con gran facilidad y él acabó pensando que el mundo había enloquecido, si no desde un primer momento, sí mucho antes de su llegada y desgraciadamente permanecería así hasta mucho después de su partida hacia un vacío que no era el del espacio.
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