Desde Nueva York Sol Colmenares
Un relato en que la protagonista es Sol Colmenares. Chica bien -como ella misma se define-, graduada en periodismo, divorciada en una edad estupenda, redactora de espectáculos de una revista digital de financiación turbia, es un personaje -como todos los suyos- recurrente en la obra del autor. Algunos de sus pocos lectores consideran que es la herramienta que utiliza para expresar un punto de vista femenino sobre algunos temas, Esta opinión parece ofenderle lo más y hacerle gruñir por lo bajo que no sabría diferenciar entre el punto de vista de uno y otro sexo, ya que solo posee uno y no excesivamente desarrollado.
–Eso es menos de un día de estancia.
Protesto débilmente con los billetes que me acaba de entregar Gustavo en
la mano, ni siquiera son unos billetes de los de verdad, solo dos
folios impresos en blanco y negro de una compañía aérea que no sabia que
existía.
–¿Te piensas que te envío de vacaciones?
–No, claro, más bien a pasar una experiencia agotadora.
–Aprovecha las siete horas y pico de vuelo para descansar, mira una película, mira su película.
–Tendré que hacerlo si quiero entrevistarlo, no se nada de él. De su
música, quiero decir. Y de él solo algo que escuche en la peluquería.
–¿Qué escuchaste?
–Más o menos que ella se hizo famosa y le dejó por prados más verdes... ¿Es sobre esto que quieres que hable con él?
–¿Esperabas que fuera sobre otra cosa?
–Yo estoy en espectáculos, no en corazón.
–Ni él ni ella quieren hablar con corazón, pero no se cansan de lanzarse
dardos desde las revistas musicales. Ella hasta ha sacado una canción
en que le pone verde, ha sido un éxito.
–¿Somos una revista musical?
–Somos lo que haga falta, además no podemos negarnos, sería descortés,
es él quien quiere hablar con nosotros, contigo en especial.
–No creo que sepa quién soy.
–Pero su agente sí. Ese tipo, creo que tiene una estrategia para que su
pupilo... ¿transcienda más allá de la música? Y eso pasa por… por ti,
que tú lo presentes a… las masas, o algo por el estilo.
–¿Me estás diciendo que buscan mayor presencia en medios generalistas?
–¿Un medio generalista?, ¿eso es lo que somos? ¡Anda, es verdad!; es lo
que somos y acabo de recordar que además aspiramos a ser uno de bueno,
así que vete a casa prepara las maletas y vuela a la gran manzana.
Entrevistalo, hazle más famoso de lo que es y a nosotros también de
paso.
Una vez un caballero de cierta edad me ayudó a
meter mis maletas en un taxi, después me llamó niña y me dio un
caramelo, un caramelo de toffe, de los buenos, de los de Logroño, cuando
se fue, estuve a punto de llorar. ¿Por qué?, ¿por qué alguien me
llamara niña? O por un mundo en que no puedes comerte el caramelo que te
de un desconocido, por muy encantador que parezca.
¿Por qué estas escribiendo esto, Sol?, se pregunta. Porque el avión
despega con casi dos horas de retraso y solo te vienen a la mente las
anécdotas que has ido recogiendo durante el tiempo que has pasado en
estos sitios –estaciones, aeropuertos, hoteles...– que solo son de paso,
estos no lugares, ¿Quién los llamaba así? Tendría que buscarlo, pero
ahora no puedo hacerlo, se ha de documentar sobre el tema que le hace
estar aquí.
Mira las fotos del entrevistado, es un muchacho delgado, rayando en la
treintena, lleva al cero el cogote y las templas, es un corte de pelo
que necesita mucho mantenimiento, un corte de pelo horrible. Mama dice
que parece que esté en el servicio y que el sargento le haya castigado.
Le pregunto por qué se lo parece, ella contesta que por la blancura de
la piel expuesta; el corte de pelo es reciente, de un rato antes de
hacer la foto. Mama odia los cortes de pelo, las ropas, cualquier cosa
que remita al ejercito, asegura tener un trauma producido por un joven
soldado, en la época de cuando todos los jóvenes en algún momento eran
soldados. No da muchos más detalles, solo dibuja una sonrisa tenue y
cambia de tema.
Sol, tuerce un pelín el gesto, riñéndose a si misma. Concentrate,
concentrate en el joven de pelo recién cortado. En las fotos de
promoción va vestido con un chándal que ella sabe ridículamente caro. En
algún momento los modistos se pusieron a hacer chándals y ella perdió
la poca fe que le quedaba en la moda. Es mentira, pero suena bien.
Debería usarlo. Las fotos, estate por las fotos. En general su aspecto
es de un joven que ni estudia, ni trabaja, un nini que dicen, alguien
que pasa el día en una plaza vigilando a los quinceañeros que venden
droga para él. Alguien que en un nada acabará en prisión. Su currículum
desdice esta impresión. Estudio filosofía y se graduó, en la
Complutense, asegura la nota de prensa. De filosofía alguien se licencia
no se gradúa, ¿es un error?, ¿una exageración de currículum?, ¿o es que
ahora hay un Grado en filosofía?, ¿es ella quien confunde las
titulaciones? Tendría que mirarlo, pero no le apetece nada.
Se pone los auriculares, escucha su primer disco. Rap, letras
callejeras. Yo, yo, yo. Dinero, dinero dinero. Sexo, sexo, sexo. Nada
muy diferente a lo que han cantado los jóvenes para los jóvenes en los
últimos setenta años, justo desde que consiguieron unos pocos ingresos y
se convirtieron en un mercado objetivo para las compañías musicales. Lo
que canta el artista de las fotos ¿coincide con sus intereses
personales? O canta a la ambiciones de su público objetivo. Esos
intereses, ¿también eran los tuyos, Sol? Claro. Lo que no era de buen
tono era tanto exhibicionismo. El mundo que crió a Sol le enseñó que el
exceso por si mismo no tenía valor alguno, esta creencia no ha cambiado
con el tiempo. Vuelve a escuchar un tema que le llama la atención, habla
del dolor que se siente cuando el sexo, sin que lo esperes te lleva al
amor y luego cogido de la mano de este se marcha y te deja solo. Vuelve a
escucharlo, el lenguaje es descarnado, al menos para los oídos de la
señorita que se supone que ella es, pero aún y así parece reflejar un
sentimiento real, no un disfraz más del artista, porque esa es la
sensación que está invadiendo sus pensamientos: que el artista de las
fotos va disfrazado. Un sentimiento real ¿quién me dijo una vez que es
era la única semilla de la que podía brotar una buena canción?
En la gran manzana una legislación obliga a que a
la mínima obra de mejora o reforma de un edificio se cubran las aceras
con marquesinas que protejan el paso de los viandantes de la caída de
materiales o herramientas, está legislación transforma calles enteras en
avenidas porchadas. No recordaba este aspecto de la ciudad y le
pregunto al taxista si siempre ha sido así. Él no me contesta, solo me
pregunta de donde soy, cuando le digo de Barcelona se pone muy locuaz,
asegura que su abuelo llego hace cien años a la gran manzana desde allí,
que su bisabuelo era de Minsk, pero que una generación entera de su
familia descanso a la falda del Tibidavo hasta que durante la regencia
de Isabel II cruzaron el charco. Habla sin descanso de los bienios
liberales y conservadores y de la paella de caracoles, se declara
catalán de corazón y luego después de estafarme con la carrera me
despide con una sonrisa y sus mejores deseos en un hotel cercano a Times
Square bastante más caro que las comodidades que ofrece.
–Mamita, ¿quieres hierba?
Sol descubre que Times Square huele a hierba, a ganja, a mota, a
marihuana. El aire le trae el perfume de la droga cada pocos pasos
filtrándose entre los turistas, que contemplan la publicidad de las
grandes pantallas que rodean la plaza con la concentración de críticos
de arte. Los carritos de comida son más grandes coloridos e iluminados
que como los recordaba. Al poco se da cuenta que junto a las paredes de
los edificios que rodean la plaza, sentados en sillas plegables, jóvenes
de color parecen pasar el día ofreciendo marihuana a los turistas que
pasean frente a ellos mientras un poco más allá parejas de policías los
ignoran.
–¿Cómo pueden hacer eso?
–Se supone que lo que venden en realidad es hierba libre de THC y rica
en CBD, hierba que no coloca, por lo tanto no están vendiendo droga, si
no estafando a los turistas. Es una practica que el NYPD está dispuesta a
tolerar, también se dice que los vendedores son confidentes, está
dispuestos a denunciar a los carteristas o a ocuparse ellos mismos de
ellos. Un win win en toda regla.
Le explica un vendedor de perritos, unos perritos rebozados con una
gruesa capa de harina de maíz crujiente y estacados en un palito para
conseguir el aspecto de polos. Mientras Sol se lo come a mordisquitos,
dudando si está bueno o asqueroso, mira a su alrededor. Es mentira que
en América todos estén gordos, solo que a simple vista se ven más que en
otros sitios en los que ha estado. También se ven muchos más hombres en
camiseta ceñida que proclaman que pasan mucho, mucho tiempo en el
gimnasio.
Regreso al hotel y se lo explico por teléfono a mi
madre. Ella me pregunta si no me he traído ningún atleta a la
habitación, cuando lo niego me contesta: ¿por qué? Y se echa a reír. Mi
madre siempre consigue escandalizarme.
Es en la mañana, temprano, chispea, no ha parado de hacerlo desde que
llegó. Sentada en el sillón de su habitación de hotel escucha el último
long play del artista. Tiene muy poca voz, ninguna. Sus composiciones
han adquirido aires flamencos, flamenco pop, en el buen sentido. Las
letras son un poco gansta, solo un poco, no habla de abrir fuego contra
la policía, ni de amigos caídos bajo las balas de ningún racket. Alguna
le parece una fantasía adolescente, todo lo que quisieras soltarle algún
día a los que te ignoraron, a los que te barraron el paso, a los que te
criticaron y solo sabían decirte que no ibas por buen camino. También
hablan de dinero, rezuman el amor al dinero del que nunca lo ha tenido.
No creo que sea su caso, dice haber tenido una educación universitaria,
filosofía, eso no es algo que este al alcance de los desheredados del
mundo.
Después escucha el disco de ella, el anterior, el que la catapulto al
estrellato, a los Grammy Latinos, hay mucho de él en el disco, no sé si
en las letras o en eso que ahora llaman producción, el tejido de
texturas tímbricas que consiguen que lo viejo parezca nuevo, diferente,
cuando en realidad no lo es. O quizás se equivoca, se dice Sol, y ese
sonido no es ni de él ni de ella, es el sonido de una generación, algo
que por particular pasará de moda la próxima marea. Una canción ha de
poderse defender con una guitarra, solo con ella, si no es capaz de
hacerlo no es una canción, es una mona de pascua. Esto se lo explicó un
músico, uno que ya está muerto, uno al que las mieles del éxito le
amargaron, siempre he pensado que tenía razón. Imagina al artista que ha
de entrevistar defendiendo sus temas solo con una guitarra, en su mente
se vuelve hacía ella y le suelta: Yo era, yo soy, rappero ¿recuerdas?,
ni siquiera necesito este chisme para defender mi mensaje.
Lee ahora sobre ella, confirma que también le es una completa
desconocida de la que en realidad no sabe nada. Tiene estudios musicales
que parecen serios, Título Superior en Flamenco, en la Escuela Superior
de Música de Catalunya. Suena complicado, difícil, se dice Sol que
siempre se ha perdido con los compases de tres, cuatro y doce tiempos.
La artista fue rechazada en un concurso de la televisión con quince
años, no cejó, continuo adelante, con proyectos que parecían más
apoyarse en su vertiente cultural que en el del espectáculo, hasta que
llegó el éxito absoluto. Él se queda atrás o eso les gusta pensar a las
señoras que ojean las revistas en las peluquerías. Te cansaste de
quererme.
Sol recuerda a John Lennon sin que venga a cuento, ¿Qué es el rock and
roll, John? Estar aquí ahora. Recoge su equipo de intrépida reportera y
sale del hotel, todavía faltan un par de horas para su cita con el
artista, las ocupará presentando sus respetos a un fantasma, al del
chico de Liverpool. Vuelve a cruzar Times Square, ignorando las
protestas, por su indiferencia, del turno de mañana de los jóvenes
vendedores de hierba y trota por la avenida Brodway hacía el norte,
hasta llegar a la puerta sur de Central Park, allí gira a la izquierda,
buscando Columbus Circle. Hace el gesto siciliano contra el mal de ojo
al pasar frente a la torre Trump –un monstruo dorado y negro– y con el
parque a la derecha sus pasos le acaban llevando hasta el Dakota.
El edificio, rodeado por un pequeño foso del que
se me escapa la utilidad, es tan ominoso como el decorado de una
película de la Hammer. El folleto turístico que he cogido en el hotel
asegura que su estilo bebe de la influencia del tardo gótico alemán y la
arquitectura francesa, no lo niego pero a mí a lo que más me recuerda
es a un Puig i Cadafalch enorme y triste. Boris Karloff que vivió allí,
debería encontrarse en su salsa. No tiene ninguna puerta que de al
parque, la entrada principal está en la setenta y dos flanqueada por dos
grandes lamparas colgantes alimentadas de gas, que le dan un aire de
templo. No recuerdo donde leí que cuando se inauguró la disposición de
los apartamentos fue toda una novedad: las habitaciones estaban
flanqueadas por pasillos que permitían al servicio efectuar sus tareas
sin tener que cruzarse con los señores. Desde la acera de enfrente, bajo
una de las marquesinas que llenan la ciudad contemplo el portón que da
entrada al patio interior y al parking del edificio. Me contaban que
solía estar lleno de flores, tarjetas y velas, construyendo una especie
de altar permanente a la memoria del caído y por transferencia a la de
su asesino. Ahora la calzada, la acera adyacente, las verjas del foso,
lucen limpias, desnudas. Un conserje uniformado retira inmediatamente
cualquier manifestación de recuerdo que dejen los fans, esos que los
autobuses descargan cada poco. Supongo que tanta memorabillia debe
molestar a los vecinos, más interesados en su presente que en el
recuerdo de un muerto.
Sol se pregunta que hace allí. Lennon es alguien anterior a su época,
aunque escuchó bastante su música –se la ponía un chico con el que no
llego a nada–, de eso hace… ya mucho tiempo. ¿qué hace allí? Se encoje
de hombros, no lo sabe, presentar sus respetos a un muerto, a todos los
muertos. Todo pasa, nada queda, porque lo nuestro es pasar, se dice. Un
minibús lleno de turistas llega, otro se va. Sol mira la fachada de
edificio por última vez, los muros continúan sin tener ningún mensaje
para ella, pero siente que ha cumplido algún tipo de misión y con
decisión enfila en dirección del Hudson siguiendo la misma 72. Es
consciente de que sin desviarse llegaría a donde he quedado con su
entrevistado, pero es pronto y se deja caer haraganeando una docena de
calles al Sur hasta lo que debía ser en tiempos Hell’s Kitchen y ahora
solo es un barrio más de la ciudad.
Su reloj le informa que comienza a ser tiempo para dirigirse al punto
donde la avenida Amsterdam y Brodway se cruzan o se funden antes de
trepar hacia el Norte, ahí, en el, para ella, poco fiable punto
imaginario donde la ciudad de los rascacielos deja de serlo y se
transforma en la ciudad de los apartamentos, la de los depósitos de agua
en los tejados y las escaleras de incendios cruzando las fachadas,
allí, en un dinner propiedad de unos griegos, es donde ha quedado con el
artista.
Él ya ha llegado, está sentado al fondo y mira por la ventana hacía
ninguna parte. No está solo, dos hombres –que podrían ser su mánager y
alguien de producción–, la emboscan en la puerta y la tienen diez largos
minutos enumerándole las cosas que puede o no puede preguntar. Cada
punto uno de los hombres se lo repite dos veces, mientras el otro hace
gestos de afirmación y frunce los labios. No puede preguntar por los
acuerdos comerciales con marcas de moda, por nada que se acerque de
cerca o de lejos a su vida privada, tampoco puedo preguntar por las
broncas que sostiene con algún que otro rapper –una pelea de gallos
eterna, provocada por detalles de los que ella no tiene ni idea–. La
lista de larga le parece ridícula, porque toda se resume en: no
preguntes ninguna cosa que pueda tener aristas.
Comienza a cansarse, el mánager –y el tipo de producción no digamos– ,
tienen maneras de gangsteres y le llaman chica sin ningún cariño cada
dos o tres frases. Al final ella les llama chicos y les suelta que puede
ser más sencillo no preguntarle nada, solo escuchar lo que él quiera
decir. Los tipos no saben si Sol se está riendo de ellos o no; la verdad
es que ella tampoco, pero deciden aceptar su propuesta, tuercen el
gesto aún más y le acompañan hasta la mesa donde el artista al escuchar
la voz que la presenta parece despertar de un ensueño, se levanta y le
ofrece una mano que parece querer comerse la suya. Aprieta hasta casi
doler. No es un saludo de músico, todos los que conoce miman sus manos,
las propias y las de los demás, hay que conservar la mezcla de
elasticidad y fuerza que contienen. Bueno, él es un cantante, un
cantante sin voz. Igual no se aplica está etiqueta entre ellos. Va
vestido con un chándal con el estampado del que es el forro habitual de
muchos de los productos de una marca de lujo, un chándal que le parece
más caro y feo aún que el que luce en las fotos de la promoción.
El artista está flaco, que no es exactamente estar
delgado. Flaco es tener el aspecto de un joven que sale demasiado de
noche y no se acuerda de comer, un aspecto que a su edad ya parece
demasiado canallesco, aunque a lo mejor solo me lo parece a mí, ya se
sabe que yo soy una chica bien. Sobre la mesa hay un café americano en
un vaso enorme y un plato con un trozo de tarta de la que alguien ha
comido dos cucharadas y después ha abandonado. Me he olvidado de
comentarlo, junto a la entrada del dinner hay un refrigerador de puertas
transparentes donde se exhiben una docena de tartas diferentes a cual
más apetecible. Es a lo que más he prestado atención durante la charla
de los tipos de producción y ahora, mientras el artista sacude mi mano
arriba y abajo, en lo que pienso es en si parecerá poco profesional
pedir un trozo de la de pistachos o puede que la de chocolate negro.
Sol se sientan a la mesa del artista. Los tipos que cuidan de él han
desaparecido. Ella es consciente que por un momento han sido un
espectáculo para los camareros y el que, sin duda, es el dueño del
dinner, allá acantonado en la caja, pero ahora ya los ignoran; esto es
Nueva York, nadie consigue llamar la atención demasiado tiempo. El
artista no se ofrece a pedirle nada para beber, y Sol ve perderse la
oportunidad de hacerse con un trozo de tarta. Intercambian algunas
frases sobre el tiempo, la ola de calor que por fin remite, y de lo mal
que te dejan los vuelos transcontinentales. La charla tarda un poco en
volverse profesional hasta que comienza a hablar de su último disco, el
que por suerte ella acaba de escuchar. Oírle hablar es muy aburrido,
hasta su grabadora se aburre y cambia el piloto de verde a rojo y se
niega a continuar funcionando. Él se da cuenta y la mira con un cierto
reproche, pero ella lo ignora y saca otra de su bolso, la enciende y él
continúa hablando de la conexión mágica que tuvo con los que colaboraron
en su último trabajo y de lo contento que ha quedado con él.
Me pongo a fantasear con que perderá la cabeza de
un momento a otro, se equivocará de guion y comenzará a recitar las
frases hechas que los futbolistas dedican a la prensa en las
presentaciones que ofrecen sus nuevos clubes: he venido a ayudar al
equipo, hay que ir partido a partido, no hay rivales pequeños, en esta
liga es muy difícil ganar fuera de casa... Pero la que pierde la cabeza y
suelta algo que se sale del guion soy yo, cosas del aburrimiento.
–Dime una cosa, cuando eras un niño, un niño que quiere ser cantante…
–Quería ser músico.
–Ese niño que quería ser músico en quién se… hay una palabra en catalán, enmirallarse significa...
–Sé lo que significa, viví en Barcelona. Enmirallarse a quién quería parecerme cuando me miraba en el espejo ¿no?
–Sí, eso exactamente.
–A nadie, solo quería ser yo mismo.
–Parece que todavía no has descubierto quien eres.
–¿Qué quieres decir?
–Ninguno de tus discos ha mantenido digamos el lenguaje del anterior, tú
mismo te presentas como alguien diferente en cada uno, a veces creo ver
destellos de Bowie, de Prince en ello, no estoy diciendo que tu música
en si tenga puntos de contacto con ella, si no en la puesta en escena,
yo soy este, hasta que decida dejar de serlo.
–No me lo había planteado nunca, pero si quieres decir que intento jugar
en la misma liga que ellos, me parece estupendo. Si me aprietas me
gustaría más ser comparado con Dylan, el Dylan que es un monumento vivo
del Folck americano y de un día para otro se electrifica y deja a todos
con un palmo de narices.
Habla de otros artistas, gente que me resultan desconocida, lo que
debería ser una vergüenza para un reportero de espectáculos, ¡qué se le
va a hacer! Yo me crie con los discos de papá y mamá.
Su vientre hace un ruidito y ella mira el trozo de tarta abandonado
sobre la mesa. Tiene hambre, desayuno muy poco y después de tanto andar,
dos, casi tres horas, puede que se le este bajando el azúcar, cuando le
baja se pone de mal humor. El artista frente a ella habla y habla
mientras hace... cosas con las manos, entrecruza los dedos, parece
medirselos unos con otros, inclusive repite una y otra vez un gesto con
el cual se pretendía pronosticar el tamaño de tu pene a partir de la
longitud de tus dedos. En serio, es una gracia preténdidamente obscena
que ella aprendió en primaria. Vuelve a fijarse en sus manos, las tiene
muy grandes, un verdadero catalogo de pollas, diría su madre antes de
echarse a reír. El artista sorprende su examen y ¡comienza a hacerle
ojitos! En serio: lo hace. Eso le acaba de desbaratar el humor.
–Hablemos de tus detractores.
–Todo el mundo tiene heathers…
–No me refiero a gente que en las redes critique tu gusto al vestir o
que te odie simplemente porque alardeas de cosas de las que ellos
carecen, hablo de los que tienen un discurso para criticarte.
–¿Un discurso?
–Sí, hablo de…
Y no digo nada más porque en ese mismo momento un indigente entra por la
puerta y se pone en marcha una de esas escenas que la gente cuenta y
que solo pueden pasar en Nueva York. Aclarar un punto: Indigentes, en
Nueva York siempre ha habido muchos, más que en otros sitios, hay están
las estadísticas para confirmarlo. Hay quién sostiene que es debido a
los sistemas de ayudas sociales de la ciudad que efectúa un efecto
llamada sobre ellos y les hace acudir desde todos los puntos del país,
otros afirman que son los desechos humanos que provoca el capitalismo en
su predación de la geografía humana. Yo no tengo una opinión, solo
puedo afirmar que de los que se ven en esta ciudad uno de cada dos está
loco de atar, pero de atar. En serio cualquiera de ellos nunca los
verías en Barcelona, supongo que servicios sociales los retira, el trato
que les da después lo desconozco, pero hay una cierta voluntad de ayuda
hacía ellos. En está ciudad, está administración, bueno creo que
esperan que el invierno los expulse. Basta de inciso, ciñamosnos al
relato: El hombre que ha entrado por la puerta es de raza negra, debe
tener más de sesenta y cinco años o puede que solo cuarenta mal
llevados, va vestido con capas de harapos colocados unos sobre otros,
harapos que parece haber untado con aceite de motor, el mismo que ha
usado para untarse el cabello y darle forma alrededor de la cabeza,
lleva a modo de bastón ¡o de lanza!, una barra de acero corrugado
oxidada de un metro y medio y en estos momentos habla con las tartas al
otro lado de la puerta de cristal del refrigerador. El hombre de la caja
palpa bajo el mostrador, el salvaje de la lanza parece ver el
movimiento reflejado en el vidrio y gira sobre si mismo antes de
amenazar con el hierro al cajero
–¿Vas a matarme? –pregunta en correcto español.
Silencio absoluto en el local, menos la voz de alguien que canta la
cucaracha desde la profundidad del office. El cajero abre la boca,
parece haber olvidado como hablar ingles o español porque lo que le sale
por ella me suena a negativa, a una negativa en griego. Entonces un
tipo alto, vestido con un traje sencillo, sentado en la barra frente a
un café afirma en voz alta, más que en español en castellano:
–No, no lo va a hacer.
–¿Cómo lo sabes? –pregunta interesado el homeless.
–Porque lo he soñado.
–¿Sí?, que más soñaste.
–Que comíamos tarta, de chocolate, tú y yo, sentados enfrente, en el parque Verdi y después llorábamos.
–¿Qué pasaba después?
–Alguien se tiraba al Hudson, no sé si tú o yo, o algún idiota que pasaba por ahí.
Mientras habla el hombre alto se ha levantado, ha sacado la cartera y ha
pagado dos raciones de tarta que ha pedido con gestos, una mexicana
bajita y regordeta se las alcanza, pero él niega y le indica que se las
lleve al tipo de la lanza, ella se las ofrece, este tiene problemas para
cogerlas. El hombre alto se ofrece a sujetarle la barra de hierro, él
acepta y los dos salen del local, donde un segundo después todos vuelven
a lo que tenían entre manos y parecen olvidar lo que acaba de pasar.
–Está ciudad solo vive el momento.
Sentencia el artista; no dice nada más, no tiene tiempo, los tipos de
producción aparecen se disculpan y prácticamente se lo llevan a rastras,
una muchacha atrincherada detrás de una carpeta cubre su retirada
–igual pensaba que iba a salir tras él– dándome unas pocas torpes
excusas, confirmando que mi dirección de correo es la que es, donde me
asegura que me remitirá las fotos –¿qué fotos?–, inmediatamente después
desaparece también. Cuando salgo del dinner solo llego a ver un
monovolumen negro que se aleja en la distancia.
Enfrente, en la plaza Verdi, sentados en un banco el indigente y el
hombre alto comen tarta de chocolate indiferentes. Tanto el uno como el
otro a Sol le parecen marcianos, o quizás los marcianos somos todos los
demás. Se encoje de hombros, no tiene entrevistado, faltan seis horas
para que despegue su avión, eso significa que tiene unas tres horas
libres antes de ir al aeropuerto, ¿Qué hacer? Puede caminar hacia el
Norte, llegarse hasta Harlem, hasta el Hotel Theresa. Le han dicho que
el barrio ya no es lo que era, que la parte Sur cada vez está más
codiciada, también hay trendis negros e hispanos. Quizás el próximo
viaje, ha visto demasiadas películas y no piensa ser la chica blanca que
camina sola por el barrio negro. Toma dirección Sur, se puede decir que
tiene un itinerario en la cabeza: volver a atravesar Hell’s Kitchen y
después sucesivamente Greenwich Village, el SoHo, El Lower Manhattan,
TriBeCa y llegar hasta The Batery, quizás desde allí pueda ver
simultaneamente la estatua de la libertad y el puente de Brooklin.
Cruza los barrios artisticos. En realidad como barrios son diminutos,
pese a ser conocidos en el mundo entero por ser escenarios de películas.
El SoHo son 26 manzanas unos quinientos edificios. TriBeCa tiene poco
más de un kilómetro cuadrado, unas siete veces menos que el Eixample
barcelones. No hay mucha gente por las calles, a está hora casi todos
deben estar trabajando, o bajar por Washington y Greenwich no debe ser
una buena ruta para contemplar los barrios en todo su esplendor. Se
plantea cambiar de ruta, ir un poco más al Este, más hacia el centro, no
tan pegada al Hudson. No sabe si lo consigue, en realidad esta muy
cansada, lleva todo el día caminando, sus piernas parecen tener vida
propia, ser capaces de continuar eternamente hacía adelante, siempre y
cuando no se le ocurra aturullarlas con ordenes demasiado precisas como
para, gira, vuelve a ponerte en marcha...
El artista no se ha desvanecido de su mente con la misma facilidad que
lo hizo del dinner. Detractores, cuando salio el tema, por un momento le
pareció que se le nublaba la mirada. ¿A quién creía que se refería? No
cree que entren en esta categoría esos cantantes de rap o de trap con
los que cruza rimas, podría jurar que eso es parte de la puesta en
escena. ¿Rap, trap? Esa era una buena pregunta ¿Para ti que diferencia
el rap y el trap? Detractores, ha oído que buscó a la salida de un
concierto a un rival y le soltó una bofetada, según parece andaba muy
ofendido por que le reprocharan una especie de renuncia a los ideales, a
un dejarse vender al sistema. Es curioso esto, por lo poco que ha leído
de él no es que se presentara nunca como un revolucionario, todo lo
contrario, o no, un conservador a la fuerza, un pragmático. Al sistema
no lo cambiaran unas rimas, pero si que puedes succionar de él tu fluido
vital. ¿Detractores?, los que le acusan de apropiación cultural, ¿quién
es él para andar por los barrios y las plazas rimando sobre bases
robadas a otros? Copiando un estilo de vida y unas vivencias que solo
son suyas de segunda mano. Sí chaval, trabajaste en un local de comida
rápida, en un call center, no te cansas de repetirlo, pero fue porque
así lo escogiste, estudiaste, pudiste hacerlo, ¿porque fue filosofía y
no administración de empresas?, ¿por qué no tenía matemáticas?
Envidias, sobre todo envidias. Ha de reconocer que en realidad él la
molesta, esos aires de que todo lo que le ha sucedido obedece a un plan
maligno que siempre ha guardado dentro, a un trabajo continuo, a un
sacrificio, a una ansiedad, a un deseo. Vosotros no lo conseguiréis
porque no lo deseáis lo suficiente.
El mar desde The Batery. Sol llega a ver de perfil la estatua de la
libertad, El puente de Brooklyn no, debe haber algo errado en el plano
de la ciudad que guarda en la cabeza. Se sienta en un banco en las
cercanías de The Great Debatte, una escultura de Hebru Brankley, un
monigote tridimensional al que no le sienta bien el bronce y que coste
que ella no cree tener nada contra los monigotes. Esta cansada, ha
caminado mucho, le duelen las piernas, una sensación de claridad de
ideas le asalta y de golpe y por primera vez en su vida se siente vieja,
es vieja. Las pruebas: se le escapan las corrientes artísticas, los
nuevos estilos musicales. Sus piernas ya no son capaces de llevarla
siempre más allá, no puede seguir el ritmo de la prisa que parece
invadirlo todo. La iluminación le dura medio minuto, después escarba en
su bolso donde encuentra un caramelo de toffe, de los buenos, de los de
Logroño, hace un tiempo que siempre lleva para las emergencias. Lo
desenvuelve y se lo mete en la boca casi con ansia. El azúcar llega
rápido a su corriente sanguínea o a donde tenga que llegar. Respira
hondo y observa su reloj, quizás todavía es demasiado pronto para ir
hacia el JFK, pero ya le ha dado a esta ciudad todo lo que le podía dar.
Se levanta y para un taxi que durante el trayecto le regala una corta
visión de China Townn a través de su ventanilla y después de cruzar el
puente –¿qué puente?– se sumerge en el Queens más poco de postal. Como
siempre que se va de la gran manzana se lleva con ella la sensación de
que podría encontrarse un sitio, encajar allí. Es lo que siente todo el
mundo, por eso regresan.
Es ya sentada en el avión, cuando este comienza a coger velocidad sobre
la pista de despegue, que comprende que su articulo será bastante
mediocre y que en realidad nadie espera más.
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