Muerte en Venecia

   Se dice Salvador que con un pie escayolado es imposible hacer nada de nada, sobre todo lo que más le apetece: liarse a patadas con todo. Con un pinrel roto hasta tienes que pensarte si es buena idea tirarse en el sofá a ver pasar el día, porque levantarse después resulta jodidamente difícil, o al menos ayer le costó mogollón, hasta con la ayuda de la muleta.

 

En esa duda estaba, en donde sentarse o no, cuando con el sonar del timbre de la puerta le saltó un latido el corazón. No podía ser ella, no hacia ni quince, ni diez minutos, que se había ido y el cabreo que llevaba parecía que le bastaba para toda le semana. El timbre volvió a sonar y Salvador se planteó simplemente ignorarlo, pero la remota posibilidad de que hubiera regresado, aunque fuese cargando su inacabable lista de agravios y cosas pendientes, le motivo para a la pata coja, a saltitos, acercarse al recibidor y abrir la puerta. No era ella, era el jefe, con esa sonrísita despreciativa que le salé en la cara cuando cree que va a divertirse. Odiaba a aquel tipo.

¿Que demonios has hecho, Salvador?

Buenas tardes, le veo de buen humor, ¿quiere pasar?

Sin esperar respuesta Salvador se da la vuelta y nuevamente a saltitos  se llega hasta el sofá, donde con precaución se deja más o menos caer para después ponerse a manipular con cariño su pie roto hasta situarlo sobre un puf.

¿Qué has hecho, Salvador?

Vuelve a repetir, el Jefe, el Señor Badía, Don Rafael, con un poco más de mala leche en la voz.

¿Qué quiere que haga? Metí el pie en un agujero y acabé en la casa de socorro.

Eso ya lo sé, me refiero con tu novia, con Mari Angeles, la acabo ver calle abajo, no parecía muy contenta.

Nada, no le he hecho nada. Ya sabe como es MA, se enfadada por nada.

Y una mierda, las tías en general, y más MA, no abandonan a idiotas escayolados, se esperan a que puedan estar en pie; Dios las bendiga. ¿Qué le has hecho, Salvador?

Salvador piensa que él no ha hecho nada, que Mari Angeles se monta películas, de lo que puede ser y lo que no, pero que no pasó nada, que él solo se aburrió y se fue para el baile y que allí metió el pie donde no debía y punto. Que él no se acercó buscando el encuentro casual con esa o aquella, como MA mantenía; que se estaba volviendo muy posesiva y que… bueno, ese no era el arreglo, ¿no? Pero sabe que todas estas cosas al jefe le resbalan, no cree que le importe su relación o su falta de relación con sus parientas, a él lo que le ha molestado es ver a una salir de la casa envuelta en el rollo de la furia y los lloros, obligando a la gente a mirar. Él siempre dice que no se puede evitar que la gente mire, pero sí que se puede evitar invitarla a hacerlo. Lo jodido de jefe, lo que le hace más irritante, es que suele tener razón, que lo sabe y disfruta dejándote como un pardillo. Don Rafael siempre tiene algún rollo que soltar, pero hoy Salvador se da cuenta que no le apetece tragarse una de sus historias con moraleja, porque ya es el tercer día que lleva sin salir y en estos, solo ha hablado con su madre que se quejaba de lo que la hacía sufrir su hijo, con su padre quien supo usar el accidente como confirmación de que era un estúpido incapaz de hacer nada bien, siquiera mantenerse en pie y claro MA cuyo único tema era por qué se había acercado solo a la feria, cuando se había pasado toda la tarde bostezando y diciendo que a la mínima se abría para la piltra. Por eso no estaba dispuesto a aguantarle el rollo al Jefe esta vez, aunque no se le ocurría como impedirlo si a aquel le daba por el sermón. Puede que no se quedará mucho, había rechazado sentarse y se había acercado a la cocina para abrir la nevera y darle un vistazo al contenido, antes de preguntar.

¿Ha venido tu madre?

Ha venido el repartidor. Mi madre vendrá después, no habrá cataclismo que pueda evitarlo.

No hables mal de tu madre.

¿Lo hago?

Don Rafael cerró con suavidad la puerta de la nevera y miro a su alrededor buscando vete a saber qué, como no lo encontró, pareció relajarse una miaja y cuando volvió a hablar su voz había perdido un poco de arena.

Para cuanto tiempo tienes de escayola.

Tres semanas, de entrada.

Serán más si vas dando saltitos por ahí, ¿no te lo han dicho?, no debes moverte, al menos los primeros cinco o seis días, ni al váter, te traeré una cuña.

¿Una cuña?

No pienso mear en una cuña.

Y yo no pienso pagarle el sueldo entero a un vago que no sabe cuidar de si mismo, ¿estamos? Quédate en el puto sofá, recupérate pronto, tres semanas ya es demasiado, necesito que te ocupes de las cosas esas por las que te pago. Te traeré algo para leer, si miras demasiado la tele te quedas gilipollas.

Ya tengo algunas novelas policíacas, que le dio a mi madre mi primo Ximo.

Dice señalando una bolsa de plástico, blanca y fina, que duerme en un extremo del sofá. Don Rafael parece interesado, se acerca a ella y extrae de dentro una media docena de novelas de bolsillo, en general de encuadernación amarilla.

Hammet, Chandler, esto está muy bien.

Están en catalán.

¿No te defiendes con él?

Sí, claro solo que me cuesta,

Mejor, así no se te atrofiará el cerebro.

Entre las novelas amarillas hay una azul, es evidente que no pertenece a la misma colección. Ahora el jefe la tiene en la mano, lee el título, la ojea un segundo y luego la deja caer junto a las otras.

Esta es en castellano, pero no es policíaca.

¿Cuál dice?

Esta: Muerte en Venecia.

¿Es la del tipo en la portada que parece Poirot?

¿Poirot? Es Dick Bogarde. ¿Haría un Poirot decente? Diría que sí.

¡Joder!, iba a empezar por ella. Si no es policíaca, ¿entonces de que va?

El jefe se le queda mirando por un segundo, Salvador piensa que a lo mejor no lo sabe, nunca le ha parecido que sea un lector, libros ha visto por su casa, como olvidados en los rincones, igual no sabe de que va el libro, solo ha oído hablar de él.

No sabría decirte. No creo que la entiendas.

Dice el jefe y vuelve a meter los volúmenes en la bolsa.

¿No?

Es todo lo que le sale a Salvador: no. ¿Tan complicado es el librito este? Esta a punto de preguntarlo, pero el Jefe contesta a su interrogación anterior.

No, me voy, no te muevas del sofá, llámame si necesitas algo. Hasta luego. Te traeré la cuña.

Salvador gruñe una despedida, después de escuchar como se cierra la puerta, se queda mirando al vacío un minuto, hasta que se da cuenta que ha acabado tirado en el sofá, sin siquiera tener a mano la muleta, y que levantarse puede ser un problema. Mejor no pensar en hacerlo por ahora. Sacude la cabeza, se tumba lateralmente en el sofá y se estira hasta que consigue hacerse con la bolsa de plástico, después se endereza, vuelca su contenido a su lado y se dedica a examinar una a una las novelas, primero las portadas, después las contraportadas, al final vuelve a gruñir algo para sí y abre por la primera página Muerte en Venecia y comienza a leerla.


Dos páginas después se detiene y bufa, no es que no la esté entendiendo, sino que el tipo que la escribe, un tal Thomas Mann, dice muchas cosas, tantas que mejor pararse a ordenarlas.

El Señor Gustav von Aschenbach es escritor, lleva toda la mañana liado escribiendo algo, el qué no lo dice, puede que un articulo sobre lo malos que son los tiempos y el meneo que hay por toda Europa. Puede que se huela en el ambiente La Gran Guerra, que fue como llamaron a la Primera Guerra Mundial antes de que se le pasase a nadie por la cabeza que podría haber una segunda. Pues eso, con la cabeza loca después de currar toda la mañana Von Aschenbach coge y sale a dar un paseo por Munïch, exactamente se va al Jardín Inglés, que debe ser la ostia de grande, porque habla de que los lados que dan a la ciudad está lleno de berlinas y coches de lujo, porque el tiempo es bueno, es primavera, y tot hom a sortit a escampar la boira. Pues eso, el Señor Gustavo se da la gran pateada, hasta que se cansa, y para volverse para casa decide pillar el tranvía y dejarse de historias. Y es esperándolo que se queda con un tipo vestido de excursionista en la puerta del parque, con el careto de quien acaba de subir al Everest y desde allí puede mirar a todo el mundo desde arriba y él, Gustavo, se dice: hace la tira de tiempo que no voy a ninguna parte y eso te emboba ¿Qué tal si me hago una escapada? Total, ahora mismo estoy clavado con la cosa está que tengo en el pupitre.

Deseos de viajar, ¿a quién no le pasa de tanto en tanto?, de golpe sentir que estaría bien poner tierra por medio. No digo yo que el deseo te lo tenga que despertar precisamente ver un excursionista, o fijarte la estela que un avión dibuja en el cielo, a cada cual le de con lo que le da y según el momento. A Salvador lo que le saca el turista que lleva dentro es el Tour de France, o La Vuelta a España mismo, que el año pasado, al día siguiente de pasar el pelotón a tiro de piedra del pueblo, se cog la Mobilette y se hizo toda la etapa, a cuarenta por hora. Acabó con el culo cuadrado y a la vez súper relajado.


El siguiente capitulo el autor, el narrador, se lo pasa dibujando el personaje con unas líneas tan suaves que Salvador comienza a sospechar que el personaje es un disfraz no muy elaborado de él mismo, un disfraz construido por el método de resolver etapas de su vida con una sola frase o poco más, su matrimonio mismo lo despacha con un algo no muy alejado de: me casé con la hija de un profesor y en nada se me murió. Sí que dedica líneas y tiempo a podríamos decir a relatar su evolución como artista, que la ve como una línea recta como una flecha, hasta el mismo momento, hasta el ahora del libro, en que por la edad puede que pierda fuerza pero no rectitud. Salvador también se queda con el regusto de que dedica demasiado esfuerzo a intentar hacer pasar como cualidades lo que no son más que manías.


Salvador deja caer el libro, ¿Por qué lo está leyendo? Gustavo es un plasta estirado que no fue al colegio porque era muy poca cosa y lo educaron en casa. Gustavo se tiene por escritor, pero la obra que le ha hecho famoso, la que cimienta su fama, es una lamida de culo a Federico de Prusia, un déspota que consiguió expandir el ducado a base de hacerle la guerra a los austriacos, a los polacos y a quien se le pusiera por delante, un tipo que si te lo paras a pensar es el padre de la Alemania del siglo XX. ¡Gustavo! ¿En realidad le importa lo que le pase, lo que sienta, lo que piense el listo este? Ni lo más mínimo ¿Puede ser que no esté entendiendo la novela? Pensar eso y conjurar en su imaginación la cara del Jefe con su cara de ya-te-lo-dije puesta es uno. Suspira, le dará una oportunidad al libro solo por llevarle la contraria al mandamás.

Vuelve a cogerlo pensando con seguir con la lectura, pero no llega a comenzar, escucha voces en la puerta de casa, reconoce el timbre de la de su madre, a la otra, por opaca, por lejana, no sabe ponerle cara, después escucha el ruido de la llave en la cerradura, y su madre entra como un huracán, con los brazos llenos de tuppers y algo envuelto en un bolsa de papel fino amarillo, que por la forma que tiene de sujetarlo bajo el brazo es ligero y grande.

Me he encontrado a Don Rafael en la puerta, estaba mal aparcado, por eso no se ha podido quedar, me ha dado esto para ti.

Le dice mientras le entrega el paquete que al tacto Salvador tras un momento de duda identifica que contiene una cuña.

Que perra le ha cogido con la cosa está.

¿Qué es?

Una cuña, se ha empeñado en que no me mueva ni para ir a mear.

Tiene toda la razón.

¿Y después de mear que hago con el pipí?, ¿lo tiro en un cubo?

No es mala idea, te buscaré uno.

No pienso mear en…

Es inútil su madre ya ha desaparecido, la sabe en el trastero del patio, escarbando en él, fuera del alcance de su voz. Cuando aparece él está intentando leer el libro, en sus páginas Gustavo, en su viaje, se va cruzando con gentes que le causan cierta irritación por tener un carácter o un aspecto que a él le parece no ajustarse a alguna de las categorías que, en su mente cuadrada, deben clasificarse los hombres. O puede que le irriten tan solo por ser visibles, por empeñarse en vivir, en ser y estar, fuera de los momentos en que los necesita para que acarreen sus bártulos. Vamos que no parece disfrutar mucho del viaje en si, hasta que llega a Venecia, desde el mar, y queda extasiado, más o menos, con el paisaje de la Serenisima.

Mamá, ¿Tú estuviste en Venecia, no?, ¿cómo es?

Muy caro.

Eso ya me lo supongo, todos estos sitios lo son, lo que pregunto es: ¿te gusto?

Mucho, es muy bonita y según como muy triste. Huele raro. Y un día nevó, no te puedes imaginar el frio que hacía y lo diferente que se ve bajo la nieve.

Su madre pone cara soñadora, Salvador no está por imaginar que pensamientos han puesto en el rostro de su madre, tan poco dada a romanticismos, esta expresión. Ha él le ha quedado claro que Venecia es hermosa y cara, muy cara. A Gustavo eso es algo que no parece importarle, el precio de las cosas. Es hombre adinerado, o al menos se lo parece a Salvador, ¿cómo si no considerar a un hombre que según le da el punto marcha a un hotel de la perla del Adriático —¿la dicen así o se lo acaba de inventar?— durante un mes, dejando dicho que le vayan preparando la casa de la montaña, que al verano en Baviera llueve mucho y pasa de estarse allí?

Salvador olvida el libro y comienza a pensar sitios en los que le gustaría perderse un mes. Un mes es mucho tiempo, quizás debería pensar en hacerse escritor, parece que da para mucho.


El Jefe, Don Rafael, se presentó al día siguiente. Salvador no había utilizado la cuña, ni había ldo una página más desde el día anterior y cuando lo vio allí plantado se sintió culpable, aunque no sabía si por una cosa a la otra.

¿Estás utilizando la cuña?

Hay mismo está, encima del cubo ese.

Está vacía, limpia.

Mi madre pasó hace nada y lo limpió, ya sabe como es.

El Jefe observo un momento más el cubo, pero la atención se le fue al libro. Como punto de lectura tenía puesto un folio con un diagrama electrónico impreso en él.

¿De que es el plano, Salvador?

De un detector de movimiento, por ultrasonidos.

Eso puede ser útil y el libro, ¿lo has empezado?

Llevo un trozo.

¿Y…?

¿Y qué?

¿Por dónde vas?

Bueno, pues por cuando Gustavo, el prota, ha querido marcharse de Venecia, se ha arrepentido y como le han perdido el baúl se ha vuelto muy contento al hotel, donde se pasa el día mirando al niño ese polaco. Cuando paró de leer y me imagino la escena me parece algo de lo más siniestro, aunque él, Gustavo, no lo vive así, se lo toma en una forma que le parece muy… intelectual. Hay un momento que cita algo, una amonestación a un tal Cristobulo, miré en la red de donde salía y era una cosa de Platón, de Sócrates ¿sabe quién quiero decir?

Tengo una idea.

Era de un texto del mismo rollo o peor, hablaba de lo malo que era ir besando muchachos, y a la vez los hacía culpables del deseo de los viejos por ellos. La novela, ¿por qué dijo que no la entendería? No es tan complicada, puede que de otra época. Solo es la historia de un jodido alemán que llama disciplina a hacer cosas ligeras y que otros doblen la espalda por él. Lleva toda la vida reprimiéndose y acabará perdiendo la cabeza, se ve venir.

El Jefe parece no haber escuchado el último tramo de su charla, porque pregunta con cara de extrañeza.

¿Dije que no la entenderías?

Sí.

¿Me habías cabreado?

Usted está siempre cabreado.

¿Lo estoy?

Sí.

Quizás debería tomarme vacaciones, largarme a Venecia a mirar a los muchachitos hacer castillos de arena en la playa. Me llevaría la novela, igual si la leo allí la entiendo.

¿No la entendió, Jefe?

Por lo que dices entendí lo mismo que tú, más o menos. Lo que me pasó es que no le vi el qué, porque todos los críticos, las guías, la ponen tan bien. Acabé decidiendo que algunas novelas son muy hijas de su tiempo, fuera de él pierden el significado. Cuando palma…

¡Eh!, no me destripe el final.

Vale, no lo haré. Ahora mismo, con lo que llevás leído ¿Cuál te imaginas que puede ser?

¿El final? ¿Cuál? No sé.

¿No?

No lo había pensado, o sí, ya se lo he dicho: al final pierde la perola, se acerca al niño, puede que con otras intenciones o sin saber que tiene intenciones y en un momento, toda la disciplina y la mierda de ducharse con agua fría por las mañanas desaparece, las cosas se le van de las manos, el niño chilla o huye o las dos cosas y Gustavo en un segundo pierde apellido y posición y al siguiente la vida, por los disparos de los Mauser de los Carabineri, cuando atolondrado intenta huir.

Perder apellido y posición, me gusta esto, ¿de dónde lo has sacado?

Creo que de una canción, sí, de una canción vieja. ¿Gustavo, no acaba así?

No, pero si me apuras tu final es el mejor que el original. No te muevas del sofá, ya vendré a verte.


Al final resulta que lo de la cuña no es mala idea, se ahorra muchos equilibrios a la hora de levantarse y sentarse. La novela es corta, Salvador consigue acabarla al día siguiente. Está de acuerdo con el Jefe, el final que imaginó tiene más gancho, más drama. En el texto Gustavo simplemente se muere, puede que por la epidemia de cólera que está sufriendo la ciudad o no. Salvador está seguro que no, la forma en que la palma no le recuerda para nada a como tiene entendido que te mata el cólera, que es a base de cagaleras. Pensando en esto acaba decidiendo que un personaje que refleje la posición social de Gustavo, en un libro de la época, no puede morir de algo tan poco presentable. Los pobres si que pueden hacerlo, los Gustavo de aquel mundo solo podían diñarla en la manera en que lo hacen en la novela: apagándose de golpe, cual pajaritos con la calor.


La novela le deja mal cuerpo, de cosa inacabada, mal resuelta. Salvador hace una cosa que no ha hecho nunca, quizás por sobrarle el tiempo, busca la huella de la novela en la red, así descubre que al tal Thomas le dieron el premio Nobel y que a la peña le ha dado durante los últimos cien años por buscarle simbolismos a la novela. El único que le parece acertado es que es una representación de un viejo orden, que al derrumbarse, porque en realidad sus bases nunca han sido muy firmes, deja a la vista… no sabe como decirlo, quizás la bestialidad que se ha intentado reprimir, porque eso de ir babeando por niños por muchas citas de griegos antiguos que le metas… pues que no. Además que los griegos vale que cuatro se dedicaron a pensar los porqué y los cómo, pero en general lo común eran tan bruticos como los de ahora, o más. Novela hija de su tiempo, así la llamó el Jefe, tendrá que estar de acuerdo con él.


Durante las tres semanas siguientes lee media docena de novelas más, de aquellas de tapas amarillas y en catalán, novelas en que todos los autores son americanos menos una que se curran mano a mano dos suecos. A ninguno de estos plumillas le gustan las frases demasiado largas, sus protagonistas no pasan demasiado tiempo comiéndose la cabeza con quién son, de donde vienen, ni por qué. Toda la disciplina que practican es acordarse de poner la espalda contra la pared y apretar los puños si hay sarao. Le parecen más reales, puede que más próximos, pero Gustavo que se ha quedado en un rincón de su cabeza muerto, sentado en un sillón de mimbre, también le parece real. Una realidad quizás más fácil de describir con un lenguaje contemporáneo que con el que podía utilizar Thomas en su época.


Al cabo de un mes, ya de alta, en el trabajo inesperadamente, mientras sus manos limpian el filtro del lavadero su cerebro le devuelve la cara imaginada de Gustavo, una muy parecida a la del tipo de la portada del libro, pero seca como la mojama por culpa del Siroco y la expresión que lee en el rostro parece explicarle la historia que se oculta bajo el texto.

Se te ha quedado cara de embobado. ¿en que estás?

Pregunta Don Rafael que ha aparecido de la nada, su especialidad.

Recuerda Muerte en Venecia, Jefe.

Sí, claro.

Sabe tengo una teoría nueva sobre ella.

¿Tenías una antes?

Sí y no. ¿Sabe lo que creo? Que toda ella trata de la muerte, de como ésta, según llega, le va arrancando capas al entendimiento del prota, al Gustavo, hasta que solo queda algo muy primario. Vamos que no le mata el cólera, que lo que le mata es un ictus, un puñado de ellos, microictus, como a la vecina, ¿la recuerda?

¿La Charo?, recuerdo a la vieja loca. En la novela no se dice nada de eso.

Claro que no, ¡porque él no lo sabe! La película que me hago es que el primer arrechucho le da en el primer capitulo, cuando de golpe, tras ver al tipo vestido de excursionista, ¡saliendo de un cementerio! le entra la ansiedad de viajar y después, bueno, todas aquello de las prisas, el clima insoportable, el que ahora me quedo, ahora me voy, ahora me enamoro del niño, ahora voy y me muero entre alucinaciones, todo son ataques, mientras el cerebro se le convierte en esponja.

Don Rafael se le queda mirando. Salvador piensa que le va a soltar una regañina sobre que hay que estar por la faena cuando uno trata con filtros de aguas grises, o algo por el estilo, para su sorpresa parece que tiene algo que decir sobre el tema.

Un ictus, Podría ser, o no. Ves a saber, en realidad: ¿qué sabemos del tipo?, ¿de cómo era antes?

Un notas que se levantaba cada día a la misma hora, se lavaba con agua fría, se pasaba el día escribiendo cartas o poemas en los que hacía la pelota a los que mandan. Y cuando no se dedicaba a reflexionar sobre lo gran artista que es. Todo un montaje en su tarro con el que parece intentar disculpar la mariconería, como si esta fuese cogida de la mano de la sensibilidad, sensibilidad artística.

¿No lo disculpa?

No sé, no conozco muchos artistas, ninguno. Bueno sí conozco a un par que son artistas falleros y lo que son es unos puteros de cal deu y no buscan escusas para su comportamiento. Él tampoco debería buscarlas, creo. O puede que entonces hubiese mucha presión sobre la peña, presión social y para que no te explotara la cabeza tenías que… esto, comerte mucho la cabeza con los griegos.

¿Así que no crees que la novela sea un buen retrato de la sensibilidad artística?

Refleja la sensibilidad de Gustavo y no creo que él pueda tomarse como modelo de eso, ni de nada.

¿Sabes que al autor le dieron el premio Nobel?

Sí, pero ¿no se lo dieron a Dylan?, se lo darían porque, en aquel momento, quedaba moderno dárselo a alguien como él.

No creo que andes muy equivocado. La cosa es, ¿te ha gustado o no?

Se me ha quedado un poco clavada en la cabeza, pero gustar, gustar… Sabe una cosa, Jefe, tenía razón: No la he entendido o sí: es la historia de un burgués reprimido que según pierde la cabeza comienza a disfrutar de todas las cosas que se ha negado a si mismo de siempre, pero poco, porque en nada la palma.

Una mierda de historia.

Una mierda, sí señor.

Ya te dije que me gustaba más tu final. Deberías leer Lolita, es parecida, pero con niña y más sangre.

¿Lolita?, me suena, la próxima vez que me rompa un pie le doy un ojo.

 

 

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