Despido procedente

Despido procedente casi se puede considerar un avance editorial, claro que de una novela no escrita. En ella el autor pretenderá desarrollar más circunstancias de la vida de José, el chaval del vino, el asesino en serie más inocente  jamas narrado.

 

Mi vida se complica o se vuelve más sencilla, no lo tengo muy claro. Lo seguro es que me han despedido.

Ha sido todo un ceremonial. La empresa ha sido adquirida por otra, ahora será deglutida y desaparecerá, una medida de profilaxis fiscal, signifique esto lo que signifique. Me ofrecieron, como a otros, reincorporarme, tras un breve plazo, en una nueva aventura empresarial que el capital saliente, única pieza indispensable en este juego, ya tenía entre manos. El capital entrante también ha sido muy amable conmigo y me ha cubierto de indemnizaciones y sonrisas que no creo merecer e intenta quedar conmigo, también para más adelante, a tomar un café y charlar. Rechacé a ambos. Expresé mi deseo de emigrar y conseguir experiencia en el extranjero o al menos intentarlo. No parecieron muy ofendidos. En el rostro del Gran Jefe se dibujó aprobación al escucharme e hizo un chiste sobre la necesidad de aventuras antes del matrimonio. Todos los pensantes me desearon suerte y me entregaron sus tarjetas personales.

Los currantes hicieron una cena, me uní a ellos y bebimos. Comparamos las respectivas suertes y alguno lloró sobre mi hombro. Nos despedimos.

Soy libre, gozo de la independencia económica que lo permite, al menos durante un tiempo; siempre que tenga salud. Pero no sé si estoy sano. Aunque me siento muy bien, mejor que desde hace mucho, hay algo que creo que no funciona, ahora, de golpe, tras tantas y tantas visiones ya no sueño, si me aprietas no sabría decir ni si duermo.

Mi vida onírica, se dice así ¿no?, onírica, ha muerto. Tras unos meses de sueños muy vividos de correrías animales bajo la luna, de persecuciones y sangre, ahora noche tras noche me derrumbo en la cama, cierro los ojos y desaparezco; en un momento no queda nada de mí, hasta que mi vejiga me obliga a levantarme. Fíjate que digo levantarme, nada de despertarme, no siento que regrese del sueño, regreso de ninguna parte, desde el último segundo antes de desconectar hasta el orinal no hay nada, cero.

Eso por supuesto, el no soñar, el no dormir, dicen que es imposible, hay tropecientas cosas que el cerebro tiene que hacer en los diferentes niveles del sueño y si no lo haces —tú, tu mente— dejas de funcionar correctamente. Temo que mi cerebro esté olvidándose de hacer algo, y ese algo esté faltándome aunque no lo note. Tengo miedo de desarrollar una especie de escorbuto mental, que las ideas se me vayan aflojando y cayendo una a una o en grupos, esta es una imagen recurrente.

¿Has sentido justo antes de dormirte que paseas por un lugar que no es la vigilia ni el sueño, un sitio donde cosas que no tienen relación de golpe son parte de algo más complejo? Algo que existe pero solo en ese momento puedes ver.

Ese momento, para mí, ahora es siempre.

Soy más sensible que antes, a las ondas de radio, a los cables que por todas partes no rodean, a sus campos magnéticos. Sé que es una paranoia típica de chalado, pero puedo encontrar un enchufe con los ojos cerrados y sin esfuerzo escuchar la monótona canción de la corriente alterna en el cableado.

Me han despedido o he dejado el trabajo, no importa. Creo que ha sido para bien, No es que me descubriera gestos extraños en el espejo, ni tenía miedo de que la gente comenzara a sospechar que siempre ha habido algo en mí que no era lo que debía ser. Ni nada tan dramático. Solo es que quiero volver a empezar. Es por eso que acepté el despido y salí corriendo. Dispuesto a esconderme aquí. Necesito tiempo para pensar.

El espejo no miente, me resulto tan extraño. Siempre había sido así, nunca me pertenecí totalmente, era el vehículo, un automatismo, una máquina biológica muy complicada que creía que el ruido de fondo del sistema, tenía algún sentido. Que a aquel ruido se le podía llamar yo. No conocía mi camino, ni si tenía capacidad de escoger. ¿Oh sí? No importa, en algún momento rompí la correa, ya no hay sueños, no hay señales. Solo el cántico de la corriente alterna rodeándolo todo. El tiempo se ha detenido. Ya me está bien.

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